Fotografía:PilarGarcía Puerta
La contemplación de las ruinas nos permite entrever fugazmente la existencia de un tiempo que no es el tiempo del que hablan los manuales de historia o del que tratan de resucitar las restauraciones. Es un tiempo puro, al que no puede asignarse fecha, que no está presente en nuestro mundo de imágenes, (...), un mundo cuyos cascotes, faltos de tiempo, no logran ya convertirse en ruinas.
Es un tiempo perdido cuya recuperación compete al arte.

-Marc Augé-
Lo propio de la imagen es el hecho de que no se vea aventajada sino por ella misma, ella es, en sí misma, su propio pasado: el pasado de la imagen no es el de su pasado histórico supuesto ni el del original, es la imagen que sus espectadores ya tenían de ella. En este presente perpetuo, la distancia entre el pasado y su representación queda abolida.

Los no lugares y las imágenes se encuentran en cierto sentido saturadas de humanidad: son producidos por hombres, y son frecuentados por hombres, pero se trata de hombres desvinculados de sus relaciones recíprocas, de su existencia simbólica. (...) La escritura y el paisaje son simbólicos: nos hablan de aquello que compartimos y que, no obstante, sigue siendo, para cada uno de nosotros, diferente.

-Le temps en ruines-

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George Duke Band & Rachelle Ferrel - Welcome to My Love

lunes, 14 de junio de 2010

Turismo y viaje, paisaje y escritura II // Tom Waits Time

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Turismo y viaje,
paisaje y escritura


II







Sin duda, este sueño individual, ya sea el del descubrimiento o el de la construcción de uno mismo por medio del viaje, no se encuentra del todo ausente en la imaginación de quienes quieren desplazarse por el desierto, recorrer el Himalaya, o hacer frente a otros desafíos físicos. Sin embargo, en lo
sucesivo, todo conspira para cambiar la naturaleza de lo que puede entenderse por «conocimiento o descubrimiento del otro» y por «construcción o descubrimiento de uno mismo».


La mayoría de los ritos que pueden observarse en las diversas sociedades del mundo tienen como objetivo el robustecimiento o la creación de una identidad, individual o colectiva, y la hacen depender de un encuentro y de un contacto con los Otros. La identidad se construye estableciendo una negociación con diversas alteridades: los antepasados, los compañeros de nuestra misma franja de edad, los aliados por matrimonio, los dioses, etcétera. Lo que nos enseñan los ritos es el carácter indisociable de la construcción de uno mismo y del conocimiento de los otros.


A veces ocurre que los ritos adoptan, ya sea con carácter metafórico o no, la forma de un viaje, y no debe extrañarnos que, de manera recíproca, el viaje tenga siempre algo de rito. Si todo viaje sigue siendo un tanto iniciático, quizá se deba a que toda iniciación implica una especie de viaje (fuera de uno mismo, hacia los otros). Ahora bien, nunca hemos estado tan próximos como hoy de la posibilidad real, tecnológica, de la ubicuidad. Las imágenes y los mensajes vienen a nosotros, tanto si somos sus destinatarios directos como si no, y el cuerpo individual se dota progresivamente de prótesis tecnológicas que muy pronto habrán de permitirle comunicarse sin desplazarse, se encuentre donde se encuentre, con cualquier otro cuerpo del mismo tipo.


(…) Por una vez, podremos gestionar la inmovilidad. Pero ¿seguiremos siendo aún viajeros? Este punto es esencial, y no carece ciertamente de motivo que la metáfora del viaje se asocie con tanta frecuencia en nuestros días a la actividad cibernética: se «navega», se «viaja» por Internet. Esta insistencia del lenguaje revela quizá un malestar cuya naturaleza percibimos mejor si la relacionamos con los dos ideales del conocimiento del otro y de la construcción de uno mismo, unos ideales tradicionalmente asociados a la idea del viaje. Pero, por el contrario, ¿no nos está haciendo creer la ilusión de la comunicación que los sujetos individuales existen, en forma intangible, al margen del acto de comunicación que los pone en contacto? ¿No nos está haciendo creer que intercambian informaciones para enriquecer sus conocimientos sin transformarse, que perseveran en su ser mientras se ahorran el cara a cara y el cuerpo a cuerpo? En este sentido, la comunicación es lo contrario del viaje, por lo mismo que, idealmente, éste implica la construcción de sí mediante el encuentro con los otros. La comunicación presupone lo que el viaje trata de crear: unos sujetos individuales bien construidos. El homo communicans transmite o recibe informaciones y no duda de lo que es. El viajero ideal trata de existir, de formarse, y nunca sabrá realmente quién es o qué es. La práctica turística actual, en este sentido, depende más de la comunicación que del viaje. Cuando es de tipo cultural, incrementa el saber. Si es de carácter deportivo, permite recuperar la forma –sin que en ningún caso se le asocie la idea de una transformación esencial del ser-. El ideal de la comunicación es la instantaneidad mientras que por el contrario, el viajero se toma su tiempo, conjuga los tiempos, espera, recuerda. El turismo puede ser tema de un estudio, contribuir al decorado de una novela, pero el viaje es el análogo de la escritura que, en ocasiones, lo prolonga. El turista consume su vida, el viajero la escribe. Todo viaje es relato, relato venidero y que contiene la promesa de una relectura.



-Le temps en ruines de Marc Augé-





Tom Waits, Time
 












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