Fotografía:PilarGarcía Puerta
La contemplación de las ruinas nos permite entrever fugazmente la existencia de un tiempo que no es el tiempo del que hablan los manuales de historia o del que tratan de resucitar las restauraciones. Es un tiempo puro, al que no puede asignarse fecha, que no está presente en nuestro mundo de imágenes, (...), un mundo cuyos cascotes, faltos de tiempo, no logran ya convertirse en ruinas.
Es un tiempo perdido cuya recuperación compete al arte.

-Marc Augé-
Lo propio de la imagen es el hecho de que no se vea aventajada sino por ella misma, ella es, en sí misma, su propio pasado: el pasado de la imagen no es el de su pasado histórico supuesto ni el del original, es la imagen que sus espectadores ya tenían de ella. En este presente perpetuo, la distancia entre el pasado y su representación queda abolida.

Los no lugares y las imágenes se encuentran en cierto sentido saturadas de humanidad: son producidos por hombres, y son frecuentados por hombres, pero se trata de hombres desvinculados de sus relaciones recíprocas, de su existencia simbólica. (...) La escritura y el paisaje son simbólicos: nos hablan de aquello que compartimos y que, no obstante, sigue siendo, para cada uno de nosotros, diferente.

-Le temps en ruines-

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martes, 14 de diciembre de 2010

EL TESORO DE PRÍAMO

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EL TESORO DE PRÍAMO







Freud con sus nietos, 1920








Freud había propuesto una definición categórica y puntual en 1898 (Carta 82 a Wilhelm Fliess): “Te incluyo en ésta mi definición de la ‘felicidad’ (¿o ya te la conté hace tiempo?). La felicidad es el cumplimiento diferido de un deseo prehistórico. He aquí por qué la riqueza nos hace tan poco felices: el dinero nunca fue un deseo de la infancia”. Y, en la Carta 107, de 1899: “Ese hombre halló la felicidad cuando descubrió el tesoro de Príamo, pues la felicidad sólo es posible merced al cumplimiento de un deseo infantil”.













Henrich Schliemann





Schliemann nació en 1822 en Neubukow, pequeña aldea de la Alemania septentrional. Hijo de un pastor protestante, desde niño mostró un notable interés por las fantásticas aventuras de los héroes homéricos. Fue su mismo padre, con las viejas leyendas de su tierra y sobre todo con el ejemplar de la Iliada que regaló al peqeño Heinrich, quien encendió ese entusiasmo que llevaría a su hijo, muchos años después, a buscar por el Mediterráneo los lugares donde se habían desarrollado las gestas homéricas. Pero la infancia y la adolescencia no le resultaron fáciles.


Obligado por las dificultades económicas a abandonar los estudios regulares a los 14 años, debió interrumpir por una enfermedad también el trabajo de dependiente de una droguería. Entonces se embarcó como grumete para Venezuela, pero la nave naufragó trágicamente poco después de la partida; el joven, vivo de milagro, se encontró en las cosas holandesas sin recursos. Consiguió un empleo de contador en Amsterdam e inició el hábito de trabajo que lo haría rico y muy solitario en las décadas venideras. Decidido a no gastar en diversiones, vivió frugalmente, concentrando su tiempo libre en educarse y afinar su de por sí considerable memoria. En poco menos de un año dominó el holandés, inglés, francés, español, italiano y portugués. Esto lo llevó a un empleo en una enorme empresa de importaciones y exportaciones. Después de aprender el ruso para manejar correspondencia en un idioma desconocido para los demás, fue recompensado a los 25 años con el puesto de representante en jefe de la compañía en San Petersburgo.


Su hermano menor viajó a California, hizo una pequeña fortuna en la fiebre del oro y murió: Schliemann decidió recoger el legado para hacerlo crecer. Navegó a Nueva York y luego a Panamá, que en ese entonces debía cruzarse a lomo de mula, un viaje que ofrecía cocodrilos, fiebre amarilla, ladrones y asesinos. Al llegar a California, descubrió en Sacramento que el socio de su hermano había desaparecido con la herencia. Impávido, Schliemann abrió un negocio de polvo de oro. En el lapso de nueve meses fue atrapado en el catastrófico incendio de San Francisco, casi murió por dos accesos de fiebre amarilla y se las ingenió para obtener una ganancia de 400.000 dólares. Quizá debido a que los estadunidenses le parecieron descorteses y que las mujeres no eran atractivas, regresó a Rusia. Atravesar el istmo de Panamá esta vez fue casi fatal: sus guías huyeron durante un continuo aguacero. Tuvieron que cazar iguanas y comerlas crudas y muchos murieron de disentería o fiebre. Perdidos, hambrientos y peleando entre sí, el grupo se volvió una amenaza para Schliemann, quien no dormía en la noche, armado con una daga y un revólver, vigilando sus lingotes de oro y cheques bancarios aun cuando tenía una herida gangrenada en la pierna. Pero sobrevivió.







Tesoro de Príamo






De vuelta en San Petersburgo, contrajo matrimonio con Ekaterina Lishin y amasó otra fortuna en el comercio de añil. El matrimonio fue un fracaso, y a partir de entonces Schliemann vivió solamente para los negocios, especulando y arriesgando donde otros se movían con cautela. Trabajando seis días a la semana, dejó los domingos para estudiar el griego. Habiendo sorteado magníficamente la crisis financiera internacional de 1857, compensó la pasión ausente en su matrimonio viajando a los países de sus sueños: Grecia, Egipto, Palestina, India, China y Japón. Confundido, solitario e insatisfecho, Schliemann tenía el tiempo y dinero para considerar un cambio tras otro en su vida, como dedicarse a escribir, establecerse en una granja o ingresar a la Sorbona de París como estudiante. En vez de esto, durante otro viaje a Estados Unidos supo que Indiana estaba por aprobar una nueva ley de divorcio, ofreciendo una solución a su dilema marital. Inició un exitoso negocio de almidón en Indianápolis y al cabo de un año se hizo ciudadano de los Estados Unidos.





 Tesoro de Príamo





Pero Schliemann se sentía oprimido por la vaciedad de su vida. En el verano de 1868, fascinado por la oportunidad de hacerse arqueólogo, viajó a Itaca y organizó una pequeña expedición de aficionados para descubrir el castillo de su héroe Ulises. Reunió suficientes chucherías para convencerse de que había hallado la recámara de Ulises y su fiel esposa Penélope. Como le ocurría con frecuencia, su entusiasmo lo hizo llegar a conclusiones que eran inaceptables para las demás personas. Luego viajó a las planicies de Constantinopla, donde tradicionalmente se situaba a la mítica ciudad de Troya. Los pocos que creían que la ciudad existió tal y como fue descrita por Homero consideraban que su lugar más probable era Burnarbashi, a pesar de estar a unos 15 km del mar Egeo. Basándose en eventos de La Ilíada, Schliemann prefirió investigar una colina llamada Hissarlik, más cercana a la costa. Con su característica energía, bombardeó al gobierno turco con peticiones para que se le autorizaran y facilitaran las excavaciones.





El Poeta Homero, busto romano






Schliemann, por otra parte, no fue el único entre sus contemporáneos en haber tenido esa intuición: el anticuario inglés Robert Calvert, propietario de media colina, había realizado antes que él pequeñas excavaciones de prueba. Pero Schliemann fue el primero en pasar, sin vacilaciones y a gran escala, de las interpretaciones a los hechos, arrastrado por una arrolladora convicción.
Sin embargo, Schliemann no estaba tan ocupado como para olvidarse de encontrar a su propia Penélope. Regresando a Indianápolis para iniciar su divorcio de Ekaterina, decidió que debía tener una esposa griega. Escribió a un viejo amigo en Atenas y le pidió la fotografía de cualquier mujer joven que fuera hermosa, gustara de la poesía de Homero y de la Historia, estuviera dispuesta a viajar. Su amigo le propuso a Sofía Engastromenos, la hija de 17 años de un comerciante en tejidos que había tenido grandes reveses económicos. En la primera cita, el candidato a marido preguntó a la hermosa adolescente si le gustaría salir a un largo viaje, si conocía la fecha en que el emperador Adriano visitó Atenas y si podía recitar de memoria algún pasaje de Homero. La respuesta fue "sí" a todas las preguntas, pero la franca respuesta de la muchacha a otra pregunta casi rompió el compromiso. Cuando Schliemann le preguntó en privado por qué se casaría con él, ella respondió: "Porque mis padres me dijeron que usted es rico."El financiero sufrió durante días como un adolescente herido, pero finalmente se celebró el matrimonio. 




La esposa de Schliemann, Sophia Kastrommenos, 
ataviada con las joyas del Tesoro de Príamo




Entre 1871 y 1890, el tozudo comerciante, con un ejército de operarios y entre dificultades de todo tipo, excavó sin pausa, identificando en la colina siete ciudades sucesivas en el tiempo. Entre éstas -estaría convencido hasta su muerte- creyó reconocer la ciudad de Príamo en la segunda empezando por abajo, gracias a las vistosas huellas de un incendio.






colina de Hissarlik, En la región, antes llamada Troáde, 
 sobre la colina de Hissarlik 
(en la actual Turquía) 
(antes Helesponto) 





La primera excavación de Schliemann en Hissarlik fue decepcionante. Después de hacer canales exploratorios, los dueños locales de la propiedad lo expulsaron y el gobierno turco se hizo el sordo a sus frenéticas peticiones de autorización oficial para su excavación.







Tesoro de Príamo






Pero la cuarta expedición de Schliemann fue crucial. Posiblemente el 30 de mayo de 1873, Schliemann vislumbró brillo de metal entre la tierra, en el lugar que estaba excavando, llamó a Sofía y le dijo que le diera el día libre a los obreros con motivo de su cumpleaños. Cuando estuvieron solos, desenterraron una caja de cobre. Dentro estaba el oro resplandeciente que se convertiría en el mayor hallazgo arqueológico del siglo XIX. Sofía escondió miles de piezas pequeñas en su chal y su falda y las llevaron a su pequeña casa para examinarlas tras las cortinas cerradas. A pesar de que se había comprometido con el gobierno turco a compartir los hallazgos que hubiera, Schliemann no pensaba dividir el tesoro. Sacó las piezas a escondidas y las llevó a Grecia, donde los numerosos parientes de Sofía las ocultaron en sus granjas. Cuando Schliemann reveló la historia a un mundo atónito, el gobierno turco reaccionó indignado, elevando una demanda ante una corte griega. Los escépticos afirmaron que el tesoro fue reunido en diferentes niveles de la excavación (y por tanto, de distintas épocas de la historia del lugar); los críticos más incisivos acusaron a Schliemann de reunir secretamente la colección recorriendo los mercados de antigüedades.





 Pendiente de oro, una de las joyas halladas 
por Schliemann





Su tenacidad e intuición, por todos reconocidas, no estaban asociadas a una suficiente competencia. Quizá porque se trataba de civilizaciones casi totalmente desconocidas, o bien porque en el fondo era un entusiasta aficionado, es un hecho que el más grande de sus descubrimientos, el hallazgo del llamado "Tesoro de Príamo", no tenía nada que ver con el rey de Troya. La enorme cantidad de objetos preciosos (más de 10.000 piezas de oro) había sido escondida unos 1.000 años antes de las vicisitudes narradas por Homero. Pero Schliemann nunca lo sabría, como no se daría nunca cuenta de que su Troya homérica no era la II ciudad, sino la VII, apenas rozada por él al inicio de las excavaciones.





 Tesoro de Príamo según un grabado del siglo XIX. 
Piezas halladas en Troya II, no en la de Príamo





En medio de las disputas internacionales por la posesión del tesoro, Schliemann dispuso que fuera al Museo de Berlín, donde se expuso hasta la II Guerra Mundial. Con motivo de la guerra las piezas fueron embaladas y llevadas a un lugar seguro, y algo después trasladadas a otro, dentro de la misma ciudad. En el caos de la ocupación de Berlín por las tropas aliadas los cajones que contenían el tesoro desaparecieron y durante muchos años se pensó que habían sido destruidos o que estaban en poder de algún jerarca nazi huido a Latinoamérica. Pero en 1993 se identificaron en unos almacenes de los sótanos del Museo Puskin de Moscú las cajas (todavía las originales en que salieron de Alemania) que lo contenían: llevaban casi 50 años dadas por desaparecidas. Desde ese momento las joyas se exhiben en una sala de dicho Museo, aunque Alemania no ha dejado de reclamar a Rusia el tesoro.
















La Altura de la Felicidad




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